jueves, 7 de julio de 2016

De la existencia humana



                             



Existencia” tiene en los Filósofos de la Existencia un significado único: sólo la existencia humana.
Para Sartre existir es simplemente estar en el mundo. Existir “es simplemente être  là”.  Los existentes  aparecen, se los encuentra, pero jamás se los  deduce. “Hay personas, me parece, que han comprendido esto, y han tratado de superar esta contingencia inventando un ser necesario y causa de sí mismo” (Sartre. La Náusea).
Según Kerkegard, padre del Existencialismo, la existencia, en un sentido fuerte es una realidad vivida opuesta a la mera teoría.
Tengamos presente que Kerkegaard fue un pensador vehementemente cristiano que en su discurso parte desde el  pecado original.
No temamos repetir: según Kerkegaard la existencia es subjetividad.
Los pensadores existencialistas posteriores a Kerkegaard: Heidegger, Sartre, Marcel, etc. recurren, cuando exponen su doctrina, al método fenomenológico.
¿Qué es la fenomenología? Es un método de investigación. Su fundador en este caso es E. Husserl que está convencido de que su método  deriva de Descartes.
Debemos distinguir en el Existencialismo el método fenomenológico y la doctrina acerca de la existencia humana.
Pretende Hurssel que en nuestras  investigaciones nos atengamos “a las cosas mismas”. Que las intuyamos (de intuir, mirar) omitiendo cualquiera connotación que pueda enturbiar nuestra mirada. Pretende Hurssel que pongamos entre paréntesis  a nuestra formación cultural, a nuestra sensibilidad y que nos atengamos a las cosas mismas. Es el famoso paréntesis fenomenológico o epojé.
La cultura occidental desde Parménides  se ha preguntado ¿qué es el ser? El mero ser. No éste ni aquél sino el ser puro.  Se ha preguntado acerca del ser y no de los entes. Ha habido respuestas magníficas: Parménides, Aristóteles, Santo Tomás, y en el siglo XVIII G. Berkeley. Respuestas notables por su precisión, por su claridad y por su llaneza.
Heidegger contemporáneo nuestro se pregunta también: ¿qué es el ser?
El hombre – Dasein – es el ente privilegiado que al preguntar por su ser descubre al Ser. Es el ojo que filtra y que filtrando aparta toda impureza que opaque a la pureza del Ser. “Ser es siempre el ser de un ente” (Dasein). Heidegger. Ser y Tiempo, introducción. I.

 En nuestra búsqueda del Ser nos ayuda mucho un algo muy conocido nuestro: la Angustia. La angustia patentiza lo que somos. Lo que yo soy. ”Que la angustia descubre la nada confírmalo el hombre mismo inmediatamente después que ha pasado. En la luminosa visión que emana del recuerdo vivo nos vemos forzados a declarar: aquello de…   y aquello por… lo que nos hemos angustiado era realmente nada. En efecto, la nada misma, en cuanto tal, estaba allí”. Y luego “la nada se descubre en la angustia” (Heidegger. ¿Qué es la Metafísica?).
La angustia patentiza lo que somos. En nuestro intento para hallar al Ser hemos de dar con la nada. El Ser puro idéntico a la nada.
Son palabras de Hegel en su Gran Lógica; palabras que Heidegger suscribe.
“La nada no es ya este vago e impreciso enfrente del ente, sino que se nos descubre como el ser mismo del ente”. (¿Qué es la Metafísica?).
Y el ente de que se trata somos nosotros mismos.
Hemos intentado transcribir una vieja historia contada en difícil. La encontramos con claridad meridiana en el Eclesiastés, v.9. También en los Manuscritos Económico-filosóficos  de Carlos Marx.
Hasta pronto.

                                                              Ramón Menanteau Benítez

miércoles, 1 de junio de 2016

Cristianos por el Socialismo (Cps)





A comienzos de 1971,  el CpS  fue una movida política inteligente. El sufrimiento humano;  el sufrimiento silencioso de las masas  unió en un frente común a las diversas comunidades cristianas en su lucha por el socialismo.  Por el socialismo marxista-leninista.
Hubo ahí espíritus superiores que ellos solos bastaban para constituir un movimiento cristiano: Rafael Maroto Pérez, Clotario Blest Riffo.
Pero duró poco el CpS.  En la Asamblea Plenaria Ordinaria del Episcopado del 6 al 11 de abril de 1973 los obispos llegaron a la siguiente decisión: “No puede un sacerdote y/o religioso(a) pertenecer a ese movimiento (CpS)” (Sesión XVI 11 de abril de 1973).
Se acordó, sin embargo, diferir la publicación de esa norma pastoral hasta el 16 de octubre de 1973. Esto por razones teológico-pastorales y otras.
Vacilaron los ilustrísimos y reverendísimos obispos. Vacilaron hasta que  se les apareció en sueños, al más puro estilo bíblico, el Papa Pio XI que los amonestó así: “El comunismo es intrínsecamente perverso y no se puede admitir que colaboren con él en ningún terreno los que quieren salvar a la civilización cristiana”
Este episodio de nuestra historia  patria ha sido historiado y novelado. Nos hemos atenido al breve estudio sobre el CpS de madame Mercedes Esquerré (Revista Javeriana, 1973). También tenemos a la vista los Documentos del Episcopado. Chile 1970-1973.
                                                  Ramón Menanteau Benítez


sábado, 6 de febrero de 2016

El Demagogo





Intentamos ir desde la palabra a la idea.
La palabra “demagogo” es de origen griego y significa “conductor de su
 pueblo”.
En su origen remoto – Atenas siglo V A.C. – el demagogo es eminentemente un orador. Su palabra intenta convencer a su pueblo de lo que es mejor para su pueblo. El pueblo confiaba en sus demagogos; confiaba en que detrás de sus palabras había ideas.
Los demagogos subían a la tribuna del Senado ateniense por orden de edad. Podían decir su  palabra a un auditorio atento que nunca los interrumpía. Se respetaba a los demagogos pero también se les exigía.
Cuenta Fustel de Coulanges  en La Ciudad Antigua que podían hablar todos, sin distinción de fortuna ni de profesión, siempre que hubiesen acreditado que gozaban de los derechos políticos, que no eran deudores del Estado, que eran puras sus costumbres, que estaban unidos en legítimo matrimonio, que poseían tierras en Ática, que habían cumplido todos los deberes con sus padres, que habían concurrido a todas las expediciones militares que se les ordenaron y que no habían arrojado su escudo en la batalla.
El demagogo es un producto político eminentemente democrático; es un ciudadano de la izquierda política. Es un hombre informado; es un hombre culto. Conoce su doctrina y la doctrina de sus adversarios. Sabe a donde conduce a los suyos;  conoce los pros  y  los contras de su doctrina y de la doctrina adversa.
El demagogo es un educador, y, por tanto, debe conocer a su pueblo, y estar preparado para que el grito de aplauso de hoy sea de condenación mañana. Hay en la historia de la humanidad un caso emblemático de esto; sucedió en Jerusalem.
Ha de cuidarse el demagogo de las ideas absolutas, de las frases altisonantes como por ejemplo “ha llegado la hora, compañeros”.
El demagogo, lo dijimos, es un político, y en la política no hay absolutos. La
opinión  es la soberana y por tanto el pedagogo está sujeto a equivocarse. La culta Atenas le permitía equivocarse tres veces y no más. En caso contrario, los cultos atenienses lo condenaban a las penas del mismísimo infierno. Respetaban al demagogo, pero no lo consentían.
Dice el pensador griego – Platón, Aristóteles -  que el arte de la Política no es para los jóvenes, y esto porque los jóvenes “no tienen experiencia de las acciones que ocurren en la vida”. El griego está  pensando que el demagogo porque es un educador  es también un moralista.
Sus consejos no los da ni podría  darlos  sujetándose  siempre a la universalidad de la ley. Hay veces – muchas veces – en que debe apoyarse en un sentimiento seguro y espontáneo de lo justo y de lo injusto cuando se trata de apreciar un caso concreto y particular. Es el sentimiento de equidad.
Hasta aquí llega este recuerdo,  tal vez nostálgico, de nuestros maestros griegos.

                                                   Ramón Menanteau Benítez

domingo, 15 de noviembre de 2015

¿TODOS LOS HOMBRES PIENSAN?







                                  “Resulta muy difícil para el animal racional
                                     someter su propia vida a la vara de medir
                                     de la  razón. Es muy difícil en nuestras
                                     vidas individuales, y es una terrible, casi
                                     insuperable dificultad en el cuerpo político.
                                     Con respecto a la dirección racional de la
                                      vida colectiva y política nos hallamos,
                                       ciertamente, todavía en una era prehistórica”
                                       (J. Maritain. El Hombre y el Estado. Editorial
                                       del Pacífico, Santiago, 1974).

Gran verdad es que los hombres no viven a la manera de anacoretas, sino que conviven, y que, por esto, la Política ha de ser para ellos el arte supremo, puesto que posibilita la convivencia, y la convivencia les es necesaria para vivir como hombres. Pero, también, de hecho, convivencia no es concordia, sino pugna hipócrita y sórdida.
Todas las brújulas enloquecen cuando se trata de traer a la existencia el funcionamiento armónico de la ciudad. Hasta aquí no se ha logrado en ninguna ciudad – en ninguna presunta ciudad – que el bien del individuo sea también el de todos, y por esto, todas han debido organizarse de un modo técnico y no moral. La cuestionable armonía de las ciudades no brota de lo específico del alma humana, sino que es o la imposición de una fuerza o la competencia astuta entre fuerzas encontradas.
Es el mismo Aristóteles quien dice mientras redacta su sensato ideario éticopolítico – el más sensato de todos – que “percibimos una especie de instinto que repugna a la razón, que la combate y le hace frente”.
Hasta este momento, el bien para todos los hombres no ha sido descubierto. Los hombres conviven para poder trabajar cada cual por su particular interés, por su respectivo bien, aunque ello implique, y sabiendo que implica, que el vecino con quien convive no viva.
Tal vez, quizás, todos los hombres piensan, pero no todos en el mismo grado, porque las acciones que ocurren en la vida nos fuerzan a establecer grados de humanidad. La “vis infinita cogitandi”   (la facultad de pensar) no se establece parejamente en todos los centros finitos de percepción (en todas las cabezas).
La representación que se hacen de la vida los pocos mutantes más equilibrados no la tiene la muchedumbre, mezcla precaria de cerros de animalidad con milígramos del famoso Logos. Dejo constancia que no tengo nada contra los ingredientes, sino mucho contra la proporción.
¿A qué bien aspira esta muchedumbre carnal y animal? Al tener. La domina el deseo infinito de riquezas que, fatalmente, la lleva a dividirse en partidos.
Las acciones que ocurren en la vida siguen declarando que el Logos no está repartido proporcionalmente, pues, si lo estuviera – no temamos repetir – habría efectivamente una ciudad humana. Porque no existe el Hombre, tan caro a los humanistas es que no existe el Bien tan caro a los apóstoles.

                                             Ramón Menanteau Benítez