Vino Jesús, que ya en sus postrimerías impetraba a su Padre: “Que sean uno,
Padre, como Tú y Yo somos uno…”
El diablo, entre los olivos, lo atisbaba sonriendo; sonriendo como quien viene ya de vuelta.
Habían pasado los Hossana; había pasado ya la borrica con su pollino.
En unas horas más el pueblo gritará: ¡crucifícalo, crucifícalo!
De donde venimos a comprender que el grito de aplauso que hoy hace el pueblo, suele ser de condenación mañana.
Ramón Menanteau Benítez