domingo, 13 de octubre de 2013

UNA VACILACIÓN DE MARX



Marx es joven y escribe ese magnífico panfleto que es el Manifiesto Comunista.  Marx cree, entonces, en la espontaneidad de las masas.

“Pero ellos – San Simón, Fourier, Owen – no perciben en el proletariado ninguna espontaneidad histórica; ningún movimiento político que le sea propio”.
Un aire triunfalista recorre al Manifiesto Comunista: que tiemble Metternich, que tiemble el Papa, que tiemblen los reyes, pues sus días están contados.  Mane, Thecel, Fares.  Se acaba el festín de Baltasar.

Pero los días que estaban contados eran los de las revoluciones de 1848. Rápidamente, implacablemente, la reacción las aventa de toda la Europa Central.
Se acaba la carrera de agitador político de Marx, y surge el académico.

Al autor de El Capital no le interesan ahora las contradicciones, y la irracionalidad ínsita en el diario vivir de la sociedad capitalista.  Le interesan esas leyes “que de por sí actúan y se imponen con férrea necesidad en el modo de producción capitalista” (1er.Prólogo de Marx a El Capital).

Ahora pensemos nosotros.  Si hay leyes que se imponen con férrea necesidad,  sólo pueden ser leyes naturales.

Si esto es así, entonces, con una técnica adecuada es posible servirse de ellas. Una técnica es la reforma que el hombre impone a la naturaleza para servirse de ella. 
No hay contrariedad entre la inevitabilidad del cambio social y la necesidad de ingenieros, de activistas, que lo aceleren y acorten, por lo tanto el sufrimiento de las masas.  Porque a las generaciones muertas ¿quién hará justicia?
                                                                 
                                                                          RAMÓN MENANTEAU BENÍTEZ

lunes, 12 de agosto de 2013

EL PUEBLO ELIGE ¿QUÉ ELIGE EL PUEBLO?




Hablemos y pensemos con propiedad.

“Pueblo” - de populus, álamo – denomina algo abundante e indiferenciado; a una alameda; a un estadio lleno; a un regimiento.

Los humanistas del Renacimiento lo llamaban vulgo y con este nombre  no designaban solamente a la gente plebeya y humilde sino también a los señores.

Esta masa amorfa que se desgasta para mantenerse en un mínimo de subsistencia; este algo indiferenciado y trabajado por el foot-ball, y alucinado por una televisión insulsa elige periódicamente de entre sí mismo  a una minoría que habrá de conducirlo a una vida buena. Elige el pueblo a un subconjunto de sí mismo o clase política. 

Podemos distinguir en esta subclase una derecha y una izquierda. Cuesta, claro, distinguirlas; pero su posición respecto de la testera del hemiciclo es todo lo que las distingue.

Dentro de esta nada misma, el pueblo elige.

Pasan las elecciones; pasan las efusiones del corazón; pasan los rostros simpáticos, maternales algunos.  Queda un bono, quedan unas casas mal hechas. Se han cumplido las promesas. Se ha cumplido con el pueblo. Se le ha devuelto una ínfima parte de la riqueza que él mismo produce.

                                                             Ramón Menanteau Benítez

viernes, 1 de marzo de 2013

¿EDUCAR O INSTRUIR?



Nos preocupamos por la educación cuando no hay acuerdo sobre qué modelo formar a niños y jóvenes.  Porque cuando hay acuerdo espontáneo y tácito, cada adulto transmite un tipo de hombre en el que la inmensa mayoría concuerda. Pues bien, éste es exactamente nuestro caso. Educa la calle, educa la televisión y educa la prensa escrita; educa la superstición. Educan los hogares educados a su vez por la calle, por la prensa, por la superstición.

¿Para qué, entonces un Ministerio de Educación Pública si su trabajo ya está hecho? Los valores, los ideales universales son transmitidos por otras instancias.

Nuestro país necesita un Ministerio de Instrucción Pública. Así, a la antigua.

Claro que “instruir“ suena como un algo gris, porque cada uno de nosotros puede instruir en la medida  conoce la página que explica. “Educación”, en cambio suena como algo apostólico, filantrópico y carismático.

Pero la instrucción, en cambio, es controlable, medible, comunicable. Además, como ya está dicho estamos provistos de educación.

Las cosas son; no deben ser. Ahí está la educación con sus valores e ideales que deben ser; está ahí en la calle, en la prensa, en las diferentes supersticiones.

Instrucción, a pesar de no brillar como la educación tiene, sin embargo, una ilustre prosapia. La dejaron constituida los sofistas en sus rasgos principales. La dejaron constituida como disciplina del lenguaje y del cálculo. Un hombre instruido puede comprender lo básico de la ciencia, de la moral, del Estado, etcétera.  Un hombre instruido está capacitado para leer, escribir, hablar y escuchar.

La educación que da la calle, que da la prensa, que da la superstición es pareja para todos. No sucede lo mismo con la instrucción. Hay colegios… y colegios.

El deseable Ministerio de Instrucción Pública debe asegurarnos un mínimo de instrucción.

Quienes tenemos que exigir a los alumnos universitarios unos conocimientos mínimos, pero precisos; una capacidad mental tan modesta como para reproducir un argumento, comprobamos la mucha apariencia y la ninguna eficacia del aparato pedagógico. Didácticas, técnicas de la evaluación, diseños de objetivos, planes y programas, están en relación inversa con los conocimientos de Matemática, y de la lengua materna.
Remediar esto, sí que lo puede hacer y lo debe hacer un Ministerio de Instrucción Pública.

Tenemos algo más que decir; pero el ya decirlo rebasa la competencia del deseable ministerio y de todos los ministerios del país.

                                                                 RAMÓN MENANTEAU BENÍTEZ