domingo, 15 de noviembre de 2015

¿TODOS LOS HOMBRES PIENSAN?







                                  “Resulta muy difícil para el animal racional
                                     someter su propia vida a la vara de medir
                                     de la  razón. Es muy difícil en nuestras
                                     vidas individuales, y es una terrible, casi
                                     insuperable dificultad en el cuerpo político.
                                     Con respecto a la dirección racional de la
                                      vida colectiva y política nos hallamos,
                                       ciertamente, todavía en una era prehistórica”
                                       (J. Maritain. El Hombre y el Estado. Editorial
                                       del Pacífico, Santiago, 1974).

Gran verdad es que los hombres no viven a la manera de anacoretas, sino que conviven, y que, por esto, la Política ha de ser para ellos el arte supremo, puesto que posibilita la convivencia, y la convivencia les es necesaria para vivir como hombres. Pero, también, de hecho, convivencia no es concordia, sino pugna hipócrita y sórdida.
Todas las brújulas enloquecen cuando se trata de traer a la existencia el funcionamiento armónico de la ciudad. Hasta aquí no se ha logrado en ninguna ciudad – en ninguna presunta ciudad – que el bien del individuo sea también el de todos, y por esto, todas han debido organizarse de un modo técnico y no moral. La cuestionable armonía de las ciudades no brota de lo específico del alma humana, sino que es o la imposición de una fuerza o la competencia astuta entre fuerzas encontradas.
Es el mismo Aristóteles quien dice mientras redacta su sensato ideario éticopolítico – el más sensato de todos – que “percibimos una especie de instinto que repugna a la razón, que la combate y le hace frente”.
Hasta este momento, el bien para todos los hombres no ha sido descubierto. Los hombres conviven para poder trabajar cada cual por su particular interés, por su respectivo bien, aunque ello implique, y sabiendo que implica, que el vecino con quien convive no viva.
Tal vez, quizás, todos los hombres piensan, pero no todos en el mismo grado, porque las acciones que ocurren en la vida nos fuerzan a establecer grados de humanidad. La “vis infinita cogitandi”   (la facultad de pensar) no se establece parejamente en todos los centros finitos de percepción (en todas las cabezas).
La representación que se hacen de la vida los pocos mutantes más equilibrados no la tiene la muchedumbre, mezcla precaria de cerros de animalidad con milígramos del famoso Logos. Dejo constancia que no tengo nada contra los ingredientes, sino mucho contra la proporción.
¿A qué bien aspira esta muchedumbre carnal y animal? Al tener. La domina el deseo infinito de riquezas que, fatalmente, la lleva a dividirse en partidos.
Las acciones que ocurren en la vida siguen declarando que el Logos no está repartido proporcionalmente, pues, si lo estuviera – no temamos repetir – habría efectivamente una ciudad humana. Porque no existe el Hombre, tan caro a los humanistas es que no existe el Bien tan caro a los apóstoles.

                                             Ramón Menanteau Benítez

sábado, 14 de noviembre de 2015

EL BIEN COMÚN (BIS)




Con la debida autorización del autor.


 Leemos a un malogrado escritor. Hay crímenes de pasión, dice el escritor, y crímenes de lógica, y la realidad de nuestra época es la del crimen lógico; la del crimen  justificado.
¿De dónde saca eso el malogrado escritor?
Si pretende que esa realidad sea sólo de nuestra época, habremos de oponernos vigorosamente, porque “convocaron, entonces, los príncipes de los sacerdotes y los fariseos una reunión, y dijeron: ¿qué hacemos, que este hombre hace milagros? Si le dejamos así, todos creerán en él, y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación.
Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año les dijo: vosotros no sabéis nada; ¿no comprendéis que conviene que muera un hombre por todo el pueblo, y no que perezca todo el pueblo?”
Tal es la racionalización de un antiguo y famosísimo crimen.
Y el bien común es también la premisa desde la cual se racionaliza la muerte de Sócrates. Y la Inquisición – las diversas inquisiciones habidas – también procede racionalmente cuando los canonistas invocan razones de orden social: los herejes turban la tranquilidad pública;  atentan contra el bien común.
Todavía en el siglo XVIII se justifican las violencias a partir del bien común. ¿Cuál es el bien común ahora, en 1789? ¿Cuál es el bien común que invoca una Inquisición laica e ilustrada?
                  La Revolución es la igualdad, y no habrá igualdad
                  mientras subsistan los privilegios entre el Estado
                  y los individuos. La asamblea se pronuncia por la
                   nacionalización.
En tres años, las propiedades eclesiásticas, que no eran pocas, son lanzadas  a la subasta. Los abogados, los notarios, los médicos, los comerciantes, los capataces, dueños ahora de esos bienes redactan su bien común que será la premisa para el Terror que está por venir.
Rápidamente el Papa sanciona, por el Concordato de 1801, al nuevo bien común así habido.
Luego, Iglesia y burguesía defenderán su bien común frente al socialismo incipiente. Las represiones de la insurrección lionesa, y de la Comuna, están inscritas en el código del último bien común proclamado por la clerecía  y la burguesía.
Seguimos leyendo disciplinadamente al malogrado autor hasta que una afirmación nos remece: si los principios mienten, sólo la realidad de la miseria y el trabajo es verdadera.

NOTA. Respecto del uso del bien común en Chile a partir de 1973, puede consultarse el magnífico estudio El Saqueo de los Grupos Económicos al Estado chileno, de la periodista María Olivia Monckeberg.

                                                Ramón Menanteau Benítez

ABERRACIÓN




 Aberración es lo que impide a una función realizar su fin natural (aberración del ojo, aberración de un instinto, etc.).
La procreación es lo que se espera naturalmente de la función sexual.
Nuestra cultura Occidental ha institucionalizado – canalizado – este instinto sexual en vista del bienestar de la descendencia,  de la prole.
Cuando  es imposible  que haya  prole  nada  hay  que institucionalizar.
Cuando,  naturalmente, no puede haber prole el contrato es un pseudo contrato; es como el café descafeinado; se mantienen los vocablos pero la cosa misma no existe.
En esto, Felipe, tiene razón el catolicismo aunque derive de la leyenda bíblica.  Los romanos sin pensar en la leyenda bíblica le asignaron al matrimonio, a la familia, un valor casi sacramental.
El matrimonio, así como aún lo conocemos está siendo erosionado, no sólo por factores económicos propios del modo de producción capitalista,  sino también por una complacencia en el feísmo.
El contrato matrimonial entre personas del mismo sexo no sólo es un miserable juego de palabras jurídico  sino que además es grotesco. Fealdad que ya no causa extrañeza en una sociedad acostumbrada  a lo feo.
Felipe,  vamos a la Ética  por la vía de  la  Estética.  Lo feo, lo grotesto,  nunca  podrá ser un valor moral.

                                  Ramón Menanteau Benítez