Con la debida autorización del autor.
Leemos a un malogrado escritor. Hay crímenes de pasión, dice el
escritor, y crímenes de lógica, y la realidad de nuestra época es la del crimen
lógico; la del crimen justificado.
¿De dónde saca eso el malogrado escritor?
Si pretende que esa realidad sea sólo de nuestra época, habremos de
oponernos vigorosamente, porque “convocaron, entonces, los príncipes de los
sacerdotes y los fariseos una reunión, y dijeron: ¿qué hacemos, que este hombre
hace milagros? Si le dejamos así, todos creerán en él, y vendrán los romanos y
destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación.
Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año les dijo:
vosotros no sabéis nada; ¿no comprendéis que conviene que muera un hombre por
todo el pueblo, y no que perezca todo el pueblo?”
Tal es la racionalización de un antiguo y famosísimo crimen.
Y el bien común es también la premisa desde la cual se racionaliza la
muerte de Sócrates. Y la Inquisición – las diversas inquisiciones habidas –
también procede racionalmente cuando los canonistas invocan razones de orden
social: los herejes turban la tranquilidad pública; atentan contra el bien común.
Todavía en el siglo XVIII se justifican las violencias a partir del
bien común. ¿Cuál es el bien común ahora, en 1789? ¿Cuál es el bien común que
invoca una Inquisición laica e ilustrada?
La Revolución
es la igualdad, y no habrá igualdad
mientras
subsistan los privilegios entre el Estado
y los individuos. La asamblea se
pronuncia por la
nacionalización.
En tres años, las propiedades eclesiásticas, que no eran pocas, son
lanzadas a la subasta. Los abogados, los
notarios, los médicos, los comerciantes, los capataces, dueños ahora de esos
bienes redactan su bien común que
será la premisa para el Terror que está por venir.
Rápidamente el Papa sanciona, por el Concordato de 1801, al nuevo bien
común así habido.
Luego, Iglesia y burguesía defenderán su bien común frente al
socialismo incipiente. Las represiones de la insurrección lionesa, y de la
Comuna, están inscritas en el código del último bien común proclamado por la
clerecía y la burguesía.
Seguimos leyendo disciplinadamente al malogrado autor hasta que una afirmación
nos remece: si los principios mienten, sólo la realidad de la miseria y el
trabajo es verdadera.
NOTA. Respecto del uso del bien común en Chile a partir de 1973, puede
consultarse el magnífico estudio El Saqueo de los Grupos Económicos al Estado chileno,
de la periodista María Olivia Monckeberg.
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