Aberración es lo que
impide a una función realizar su fin natural
(aberración del ojo, aberración de un instinto, etc.).
La procreación es lo que
se espera naturalmente de la función
sexual.
Nuestra cultura Occidental
ha institucionalizado – canalizado – este instinto sexual en vista del
bienestar de la descendencia, de la
prole.
Cuando es imposible que haya prole nada hay
que institucionalizar.
Cuando, naturalmente, no puede
haber prole el contrato es un pseudo contrato; es como el café descafeinado; se
mantienen los vocablos pero la cosa misma no existe.
En esto, Felipe, tiene
razón el catolicismo aunque derive de la leyenda bíblica. Los romanos sin pensar en la leyenda bíblica
le asignaron al matrimonio, a la familia, un valor casi sacramental.
El matrimonio, así como
aún lo conocemos está siendo erosionado, no sólo por factores económicos
propios del modo de producción capitalista,
sino también por una complacencia en el feísmo.
El contrato matrimonial
entre personas del mismo sexo no sólo es un miserable juego de palabras
jurídico sino que además es grotesco.
Fealdad que ya no causa extrañeza en una sociedad acostumbrada a lo feo.
Felipe, vamos a la Ética por la vía de
la Estética. Lo feo, lo grotesto, nunca podrá ser un valor moral.
Ramón Menanteau
Benítez
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