viernes, 1 de marzo de 2013

¿EDUCAR O INSTRUIR?



Nos preocupamos por la educación cuando no hay acuerdo sobre qué modelo formar a niños y jóvenes.  Porque cuando hay acuerdo espontáneo y tácito, cada adulto transmite un tipo de hombre en el que la inmensa mayoría concuerda. Pues bien, éste es exactamente nuestro caso. Educa la calle, educa la televisión y educa la prensa escrita; educa la superstición. Educan los hogares educados a su vez por la calle, por la prensa, por la superstición.

¿Para qué, entonces un Ministerio de Educación Pública si su trabajo ya está hecho? Los valores, los ideales universales son transmitidos por otras instancias.

Nuestro país necesita un Ministerio de Instrucción Pública. Así, a la antigua.

Claro que “instruir“ suena como un algo gris, porque cada uno de nosotros puede instruir en la medida  conoce la página que explica. “Educación”, en cambio suena como algo apostólico, filantrópico y carismático.

Pero la instrucción, en cambio, es controlable, medible, comunicable. Además, como ya está dicho estamos provistos de educación.

Las cosas son; no deben ser. Ahí está la educación con sus valores e ideales que deben ser; está ahí en la calle, en la prensa, en las diferentes supersticiones.

Instrucción, a pesar de no brillar como la educación tiene, sin embargo, una ilustre prosapia. La dejaron constituida los sofistas en sus rasgos principales. La dejaron constituida como disciplina del lenguaje y del cálculo. Un hombre instruido puede comprender lo básico de la ciencia, de la moral, del Estado, etcétera.  Un hombre instruido está capacitado para leer, escribir, hablar y escuchar.

La educación que da la calle, que da la prensa, que da la superstición es pareja para todos. No sucede lo mismo con la instrucción. Hay colegios… y colegios.

El deseable Ministerio de Instrucción Pública debe asegurarnos un mínimo de instrucción.

Quienes tenemos que exigir a los alumnos universitarios unos conocimientos mínimos, pero precisos; una capacidad mental tan modesta como para reproducir un argumento, comprobamos la mucha apariencia y la ninguna eficacia del aparato pedagógico. Didácticas, técnicas de la evaluación, diseños de objetivos, planes y programas, están en relación inversa con los conocimientos de Matemática, y de la lengua materna.
Remediar esto, sí que lo puede hacer y lo debe hacer un Ministerio de Instrucción Pública.

Tenemos algo más que decir; pero el ya decirlo rebasa la competencia del deseable ministerio y de todos los ministerios del país.

                                                                 RAMÓN MENANTEAU BENÍTEZ