viernes, 21 de octubre de 2011

LO QUE QUEDA DE LA FILOSOFÍA


Leído ante dos Encuentros Nacionales de Estudiantes de Filosofía.

Evidentemente que la Filosofía  ha surgido para satisfacer el impulso teórico. “Es evidente que no estudiamos filosofía por ningún interés extraño”. Actividad libre de un alma sin necesidades. Es esto lo que más o menos dice Aristóteles al comienzo de su Metafísica.
Pero han pasado los siglos, y nuestra vocación teórica – nuestro  asombro  - queda satisfecha lisa y llanamente por las ciencias positivas. La filosofía queda como un honor  para el espíritu humano.
Descartes, sin embargo, pensaba una filosofía práctica gracias a la cual podríamos ser amos de la naturaleza. Este ideal lo ha realizado la ciencia, y a ello ha contribuido el mismo Descartes;  Descartes científico que, con sus trabajos fisicomatemáticos  ha arrinconado más a esa rara, tenue disciplina de difuso contorno: la Filosofía.
Porque si  queremos saber algo acerca del universo físico, algo que sea  más que una opinión docta, debemos preguntarle, justamente, a la fisicomatemática, y no a la filosofía que está para honor del espíritu humano.  Si nos interesa el número y la mutua trabazón de las civilizaciones que han sido, entonces nos dirigimos a la Historia y no a la Filosofía.
Si por un momento nos volvemos  hacia nuestros intereses terrenos, cotidianos e inquirimos el por qué de la cesantía, entonces es la Aritmética que dice su palabra.
¿Qué ha quedado, en dónde ha cristalizado en su objeto propio “esa actividad libre de un alma sin cuidados”?
Harán, estimados jóvenes, un buen trayecto buscando satisfacer el asombro natural según el modo de la Filosofía.  Pero cuando reflexionen acerca de la trayectoria cumplida se preguntarán en dónde está  la Filosofía,  cual es su “modo” de conocer.
Acaso se me dirá que la Filosofía es, simplemente, la Metafísica. En este caso, preguntamos: ¿cuál Metafísica? Porque hay  varias.
El pensador, nuestro contemporáneo, que según B. Russel, ha hecho el mayor  esfuerzo para constituir una  Metafísica, F.H. Bradley, termina así su Appearance  and Reality: “nuestra conclusión, en una palabra ha explicado y ha confirmado la impresión irresistible que todo se encuentra más allá de nosotros”.
Junto con la vocación teórica hay en el ser humano un impulso indefectible de creer, de asegurarse en la vida, de encontrarle un destino.  Y tanto es esto así que un gran filósofo ha debido suprimir  el saber para hacerle un lugar a la creencia. Claro que otro filósofo,  no menos grande, nos advierte que la Filosofía debe guardarse de ser edificante.

Intentemos pensar por nuestra cuenta.

Toda filosofía es filosofía de su época, como el resto de la cultura, va teniendo sus posibilidades que se cumplen y no volverán jamás: la Escolástica; Descartes, y los grandes sistemas que le sucedieron no volverán.
Y ya que ahora son las ciencias positivas las que responden a nuestro asombro, sólo le queda a la Filosofía un objeto, un reducto socrático – platónico – aristotélico: la Política.
Cuando un pensamiento no tiene un objeto delimitado, preciso, se torna galimatías; amontonamiento de palabras que suscitan más amontonamientos de las palabras; en un interminable comentar y comentarnos. Incursiona, malamente, en páginas que ya no son de su incumbencia. Se desliza hacia un periodismo de alta cultura. En fin,  este pensamiento es un pensamiento del hastío.

Todo ese desorden en la división social del trabajo tiene un costo. ¿Quién lo paga?
Los demás, el resto, la masa.

¿Cuánto tiempo puede pagar esta gente ingenua los goces puros de unas pocas “almas sin necesidades”?
Estimados jóvenes: he desarrollado rápidamente, las consecuencias de una hipótesis: el qué sucede cuando el pensamiento no se aplica a problemas reales.
Estimados jóvenes: aparte de la vocación teórica, del asombro, decía que el ser humano siente la necesidad  de asegurar su vida; de asegurarla, incluso, en la ultratumba. En esta vida,  el único modo de lograrlo es en una convivencia colectiva armónica. Sea hoy, sea mañana, en cien, en doscientos años, tal vez nunca. Pero es el único modo.

Diréis, acaso, este hombre nos incita a la política.

A una política reflexiva y crítica. No a la imposición de una fuerza ni a la componenda astuta de fuerzas encontradas.

La política, último reducto de esa deshilachada nebulosa filosófica primitiva.
Piénsenla. Reconcentrados. Sin gestos ni frases titánicos. Fríos.
                                                                                                                           
  Ramón Menanteau Benítez.

martes, 4 de octubre de 2011

LA DEMOCRACIA. OPINIÓN DE PLATÓN.



                              “En un Estado democrático oirás decir que la libertad es lo más hermoso de todo.
En efecto, observó, estas palabras se repiten con frecuencia.
¿Pero acaso – y esto es lo que iba a decir ahora – el ansia de esa libertad y la incuria de todo lo demás no hace cambiar a este régimen político y no lo pone en situación de necesitar de la tiranía?  - dije yo
¿Cómo? -  preguntó.
-          Pienso que, cuando una ciudad gobernada democráticamente y sedienta de libertad tiene al frente a unos  malos escanciadores y se emborracha más allá  de lo conveniente con ese licor sin mezcla, entonces, castiga a sus gobernantes, si no son totalmente blandos y si no le procuran aquélla en abundancia, tachándolos de malvados y oligárquicos.
-          Efectivamente, eso es lo que hacen – dijo.
-          Y a quienes se someten a los gobernantes – dije – les injuria como a esclavos voluntarios y hombres de nada; y  a los gobernantes  que se asemejan  a los gobernados  y a los gobernados  que parecen gobernantes los encomia y honra  así en público  como en privado. ¿No es, pues, forzoso que en una tal ciudad la libertad se extienda a todo?
-          ¿Cómo no?
-          Y que se filtre la indisciplina, ¡oh, querido amigo!, en los domicilios privados  - dije – y que termine por imbuirse hasta en las bestias.
-          ¿Cómo ha de entenderse eso que dices? – preguntó.
-          Pues que el padre – dije – se acostumbra a hacerse  igual al hijo  y a temer a los hijos, y el hijo a hacerse igual al padre y a no respetar ni temer  a sus progenitores  a fin  de ser enteramente libre; y el meteco se iguala al ciudadano y el ciudadano al meteco y el forastero ni más ni menos.
-          Sí, eso ocurre – dijo.
-          Eso y otras pequeñeces por el estilo – dije - : allí el maestro teme a sus discípulos y les adula;  los alumnos menosprecian  a sus maestros y del mismo modo a sus  tutores y, en general, los jóvenes  se equiparan a los mayores y rivalizan con ellos de palabra y de obra, y los ancianos, condescendiendo con los jóvenes,  se hinchen de buen humor y de jocosidad  imitando a los muchachos, para no parecerles agrios ni despóticos.
-          Así es en un todo – dijo.
-          Y el colmo, amigo, de ese exceso de libertad en la democracia – dije yo – ocurre en tal ciudad cuando los que han sido comprados con dinero no son menos libres que quienes los han comprado.  Y a poco nos olvidamos de decir cuánta igualdad y libertad hay en las mujeres respecto de los hombres y en los hombres respecto de las mujeres.
-          …………………………………………………………………………………………………………………………………..
-          ¿Y  conoces – dije – el resultado de todas estas cosas juntas,  por causa de las cuales se hace tan delicada el alma de los ciudadanos que, cuando alguien trata de imponerles la más mínima sujeción,  se enojan y no la resisten?  Y ya sabes, creo yo, que terminan no preocupándose  siquiera de las leyes, sean escritas o no, para no tener en modo alguno ningún señor.
-          Muy bien que lo sé – contestó.
-          He aquí,  ¡oh amigo! – dije -, el principio, tan bello y hechicero, de donde, a mi parecer, nace la dictadura”. (Platón. La República. L.VIII)
El que pueda entender :  que entienda.          

viernes, 23 de septiembre de 2011

DE LA TOLERANCIA


“La tolerancia ha entrado a formar parte de la conciencia civil de los pueblos de todo el mundo. Sin embargo, su realización en las instituciones que rigen la vida de muchos pueblos es incompleta y está sujeta de continuo a nuevos peligros”. Y luego, “A través de su misma historia, el principio ha quedado aclarado en todo su alcance, de tal manera que sus falsificaciones son difíciles y toda derogación no hace más que hacer aparecer el reconocimiento como un simple acto de hipocresía” (Abbagnano).
Con mucho comedimiento: lo que la Historia de nuestra cultura occidental y cristiana nos aclara es que “tolerancia” ha sido siempre tolerancia. Aguantar, sufrir aquello que por cálculo o impotencia no se puede eliminar.
El organismo del hombre civilizado tolera o sufre al alcohol, al café, al tabaco. La sensibilidad del hombre culto sufre,  tolera aquello en que la masa rústica y tecnificada se solaza.
¿Diremos que toleramos todas las opiniones? ¿Sí?  Pero entonces es tanto como decir: lo que tú piensas nada vale, e incluso me molesta, y si pudiera impediría su manifestación. Pero a la delicada conciencia civil contemporánea no le gusta esa claridad brutal de la expresión. De las ideas mismas, mientras no se expresan, nada podemos decir. Sabido es que bajo de mi sayo al rey mato.  Hablemos, más bien de respeto dice una comunicación a la Sociedad Francesa de Filosofía cuando ésta debatía a la tolerancia.
¿Respetaremos a todas las opiniones? Parece excesivo, porque el sentimiento de respeto surge en nosotros cuando nos percatamos  de que en una acción brilla la ley moral.  Y supongo que estaremos de acuerdo en que no en todas las acciones brilla la ley moral.
No todas las acciones son respetables, y entonces, por lo que implican, hemos de negar respetabilidad a todas las ideas.
En la medida en que se tiene devoción a unos intereses, a unos proyectos, no se pueden juzgar respetables a las ideas que tienden a llevar a la existencia unos intereses o proyectos opuestos. Se los tolera en el sentido enojoso y único del vocablo. Se las tolera, o sea, que tan pronto la fuerza o el cálculo lo permiten se las saca de en medio.
Un ejemplo:
“…cuanto mayor número de males se haya de tolerar en un Estado tanto más distará ese Estado del ideal; y además, supuesto que la tolerancia del mal debe  regularse por la prudencia de los gobernantes, debemos advertir que no debe llevarse esa tolerancia más allá  de los límites necesarios…
Si,  pues, en virtud de circunstancias difíciles, la Iglesia llegare a tolerar algunas de las modernas libertades, no por desearlas en sí, sino porque juzgare ser ello conveniente, cuando las circunstancias se tornaren  más favorables, ella hará uso de su libertad etc., etc.” (León  XIII. Libertas).
Ahora, un hombre que sí tiene el sartén por el mango  cuando escribe: “A decir verdad, los sermones  que predican Otto Bauer, los líderes de la Segunda Internacional, y de la Internacional dos y media, los mencheviques y los ´socialistas revolucionarios´,  expresan  su verdadera naturaleza:  ´la revolución ha ido demasiado lejos.  Lo que ustedes dicen ahora  lo estuvimos diciendo nosotros todo   el tiempo; ¡permítannos decirlo de nuevo!  Pero  nosotros les  respondemos: `permítannos, ustedes, ponerlos ante un pelotón de fusilamiento por haber dicho eso`”.  (Lenin. Discurso ante el XI Congreso del Partido Comunista Ruso en 1922).
Somos  - los hombres de nuestra cultura - , propensos a la  Inquisición.  Y con esa propensión a cuestas, tan detestable es la tolerancia como la intolerancia.
Apuremos nuestra lucidez: tengamos simpatía por la pluralidad de opiniones.  Obviamente, entonces, las doctrinas de la intolerancia tendrán pista libre para acabar con ese espíritu de simpatía  universal e instaurarán la más negra  inquisición.
Algunos espíritus  malévolos dicen  que fue esto lo que exactamente ocurrió cuando el triunfo del Cristianismo en el Imperio Romano.  Que la lenidad de las magistraturas romanas frente a un ideario intolerante terminó entronizándolo.  Apuremos la lucidez: sólo valen nuestros proyectos.  Los de los otros,  nada.
Pero,  un humor irónico recorre a la Historia. Nos engañamos en el cómo se integran nuestros proyectos en el concierto total de los proyectos.
                                                                                                                           Ramón Menanteau Benítez.

jueves, 15 de septiembre de 2011

De la Tarea Intelectual: Lecciones de Civismo Reflexivo[1]


Ensayo de JORGE MILLAS, Editorial Universitaria, 1974.[2]
Ramón Menanteau
Profesor de las Universidades
de Chile y Austral.


Inevitable es para los hombres la política. Inevitable, porque no viven como Antonio o Pafnucio anacoretas, sino que conviven. Y, en convivencia, cada cual desarrolla sus talentos, cada cual cumple su destino.
En la red convivencial, cada uno de nosotros es como un nudo que se mantiene en la existencia  en la medida que existen los demás. Reconocer esto; reconocer que nuestra pretendida individualidad es sólo un término en la complejidad de la relación social; reconocer el condicionamiento recíproco de nuestras vidas, es poner en la ciudad el fundamento de la justicia.
El egoísta, pretendiendo crecer a costa de los demás, termina, paradójicamente, destruyéndose él y toda su casa.
Entonces, por lo mucho que nos va en ello, el problema político es para nosotros, como para los griegos, un problema fundamental.
Y entonces, también acertadamente discurre Jorge Millas cuando nos dice que “el  problema de la vida civil no es sólo de mando y obediencia, sino también,  y sobre todo, de convivencia, cosa que no va envuelta necesariamente en lo primero” (p.57).
Este objeto principal del arte político, este “ideal de un mundo de convivencia integral entre personas” sólo puede lograrse, piensa Millas, en el régimen democrático. “Y la dificultad de hacer posible semejante convivencia entre personas, es decir, entre seres diferentes,  hállase resuelta en aquel mismo concepto” (p.58).
En el concepto mismo de democracia se hallaría resuelta la dificultad, porque “si son personas, ya son  idénticas en ello y en el valor de trato que va en ello aparejado … y, porque la democracia les brinda por principio la posibilidad del entendimiento en el orbe común del discurso racional” (Ib.).
Apropósito de la democracia podemos chancear lindamente. Podemos decir que  es cosa tan delicada que la rudeza  de la vida la frustra siempre en sus pretensiones de realidad;  que es como esas partículas que están en donde no se las observa, y que si se las quiere observar ya no están.
Porque, nos enseña,  Millas, “consiste en la realidad de un esfuerzo, de un afán,  de un movimiento humano de aproximación a un ideal que, como concepto límite, radica más allá de las posibilidades empíricas del hombre” (p.59).
Pero, si dejamos de preocuparnos de ella, y si cejamos en el empeño de ponerla en la existencia, abrimos ancha vía a minorías que,  con un poder sin contrapeso, fatalmente se pondrán pesadas, y nos helarán la sonrisa.  En Chile, hemos ya sufrido menos o más a esas minorías provenientes de los extremos de la alternativa política.
Cuídese el político de las ideas absolutas.  Éstas, escribe Millas, “son instrumentos inevitables del  filosofar… Pero no sirven ya, con igual eficacia, para la conducción e integración de la acción” (p.51).
Lo que en buenas cuentas es decirnos que la prudencia  es la virtud del político; que  su arte no es como el arte del geómetra,  sino como el arte del carpintero.  Y esto, porque la  política no es el dominio de las conexiones  necesarias, sino el dominio de las acciones que ocurren en la vida, y el significado de tales acciones, la calificación de tales acciones – buenas, malas, justas, injustas -,  depende de condiciones siempre cambiantes. Cuídese el político de las ideas absolutas,  y cuidémosnos  todos de los  “nobles fines” de los inspirados que van por el mundo  queriendo salvar al Hombre.  Así, con mayúscula.  “Las contiendas del presente por la justicia social nos advierten cómo puede degradarse al hombre con excusas de nobles fines, convirtiendo en virtud la indiferencia ante el sufrimiento humano, a pretexto de salvar al hombre del sufrimiento, y cómo es posible negar en su humanidad a ciertos hombres  para que otros puedan imponer su particular concepción  de las cosas humanas” (p.22).
Que es como si nos  dijera:  Ojo avizor con los humanistas que se preocupan por el hombre sin más.  Ese humanismo abstracto disimula mucha bellaquería, y no son pocos los “humanistas” que medran bajo esa bandera. Pasa con el Hombre de ese humanismo lo que le pasa al soldado desconocido:  “Nunca debéis  incurrir en esa monstruosa ironía del homenaje al soldado desconocido …  que si por milagro levantara la cabeza para decirnos:  yo me llamaba Pérez, tendríamos que enterrarle otra vez, gritándole: torna a la huesa, ¡oh , Pérez infeliz! Porque nada de esto va contigo” (de Juan de Mairena).
De un modo enjundioso, áspero y valiente, Millas nos va enseñando un civismo reflexivo. Y no se le oculta cuán insoportable puede resultar su palabra en un mundo que pide signos. “Alcanza al intelectual un inexorable destino de aguafiestas que, claro, no puede sino ser odioso a los celebrantes del carnaval” (p.25).
H sonado a extravagancia, seguramente, decirles a los jóvenes en un momento en que el poder de ellos ascendía en el horizonte ciudadano: “¿Cómo os vamos a decir, pues,  que lo tenéis todo y que la sociedad sólo espera vuestro entusiasmo para sobrevivir y componerse? Al contrario, yo os diría que no tenéis nada, salvo vuestra vitalidad informe e intacta” (p.73)
“Que no se engañe , pues, la juventud, creyendo que con el impulso generoso, que yo preferiría llamar atolondrado, está al día con su deber de esta hora” (p.74).
Es decirles, en buenas cuentas, a los jóvenes: lo único que ustedes tienen son sus ganas.  Y esto dicho en la universidad, y en un momento en que ya se canonizaba  a los jóvenes por ser jóvenes.

CÓNCLAVE

Habría de sonar a extravagancia la libertad de espíritu del filósofo cuando en un “patibulario cónclave” (cuarto encuentro de escritores, Concepción, 1962), entre devotos de la revolución cubana, se levanta y dice :
“ … vamos libertándonos de una forma de esclavitud, de una forma de sujeción  y de una forma de envilecimiento, para entregarnos a ciegas a otra forma de esclavitud y a otra forma de envilecimiento” (p.79).
Cuenta  Jorge Millas, recordando este episodio, que a éstas, sus reflexiones, siguió  “un asalto retórico colectivo contra ellas”.  Y puede uno imaginarse la retórica de un “patibulario cónclave”.


[1] Publicado en la revista “POLITICA Y ESPIRITU”, agosto 1987.
[2] En “De la tarea intelectual: lecciones de civismo reflexivo. Libro sustantivo, áspero y valiente.”