jueves, 15 de septiembre de 2011

De la Tarea Intelectual: Lecciones de Civismo Reflexivo[1]


Ensayo de JORGE MILLAS, Editorial Universitaria, 1974.[2]
Ramón Menanteau
Profesor de las Universidades
de Chile y Austral.


Inevitable es para los hombres la política. Inevitable, porque no viven como Antonio o Pafnucio anacoretas, sino que conviven. Y, en convivencia, cada cual desarrolla sus talentos, cada cual cumple su destino.
En la red convivencial, cada uno de nosotros es como un nudo que se mantiene en la existencia  en la medida que existen los demás. Reconocer esto; reconocer que nuestra pretendida individualidad es sólo un término en la complejidad de la relación social; reconocer el condicionamiento recíproco de nuestras vidas, es poner en la ciudad el fundamento de la justicia.
El egoísta, pretendiendo crecer a costa de los demás, termina, paradójicamente, destruyéndose él y toda su casa.
Entonces, por lo mucho que nos va en ello, el problema político es para nosotros, como para los griegos, un problema fundamental.
Y entonces, también acertadamente discurre Jorge Millas cuando nos dice que “el  problema de la vida civil no es sólo de mando y obediencia, sino también,  y sobre todo, de convivencia, cosa que no va envuelta necesariamente en lo primero” (p.57).
Este objeto principal del arte político, este “ideal de un mundo de convivencia integral entre personas” sólo puede lograrse, piensa Millas, en el régimen democrático. “Y la dificultad de hacer posible semejante convivencia entre personas, es decir, entre seres diferentes,  hállase resuelta en aquel mismo concepto” (p.58).
En el concepto mismo de democracia se hallaría resuelta la dificultad, porque “si son personas, ya son  idénticas en ello y en el valor de trato que va en ello aparejado … y, porque la democracia les brinda por principio la posibilidad del entendimiento en el orbe común del discurso racional” (Ib.).
Apropósito de la democracia podemos chancear lindamente. Podemos decir que  es cosa tan delicada que la rudeza  de la vida la frustra siempre en sus pretensiones de realidad;  que es como esas partículas que están en donde no se las observa, y que si se las quiere observar ya no están.
Porque, nos enseña,  Millas, “consiste en la realidad de un esfuerzo, de un afán,  de un movimiento humano de aproximación a un ideal que, como concepto límite, radica más allá de las posibilidades empíricas del hombre” (p.59).
Pero, si dejamos de preocuparnos de ella, y si cejamos en el empeño de ponerla en la existencia, abrimos ancha vía a minorías que,  con un poder sin contrapeso, fatalmente se pondrán pesadas, y nos helarán la sonrisa.  En Chile, hemos ya sufrido menos o más a esas minorías provenientes de los extremos de la alternativa política.
Cuídese el político de las ideas absolutas.  Éstas, escribe Millas, “son instrumentos inevitables del  filosofar… Pero no sirven ya, con igual eficacia, para la conducción e integración de la acción” (p.51).
Lo que en buenas cuentas es decirnos que la prudencia  es la virtud del político; que  su arte no es como el arte del geómetra,  sino como el arte del carpintero.  Y esto, porque la  política no es el dominio de las conexiones  necesarias, sino el dominio de las acciones que ocurren en la vida, y el significado de tales acciones, la calificación de tales acciones – buenas, malas, justas, injustas -,  depende de condiciones siempre cambiantes. Cuídese el político de las ideas absolutas,  y cuidémosnos  todos de los  “nobles fines” de los inspirados que van por el mundo  queriendo salvar al Hombre.  Así, con mayúscula.  “Las contiendas del presente por la justicia social nos advierten cómo puede degradarse al hombre con excusas de nobles fines, convirtiendo en virtud la indiferencia ante el sufrimiento humano, a pretexto de salvar al hombre del sufrimiento, y cómo es posible negar en su humanidad a ciertos hombres  para que otros puedan imponer su particular concepción  de las cosas humanas” (p.22).
Que es como si nos  dijera:  Ojo avizor con los humanistas que se preocupan por el hombre sin más.  Ese humanismo abstracto disimula mucha bellaquería, y no son pocos los “humanistas” que medran bajo esa bandera. Pasa con el Hombre de ese humanismo lo que le pasa al soldado desconocido:  “Nunca debéis  incurrir en esa monstruosa ironía del homenaje al soldado desconocido …  que si por milagro levantara la cabeza para decirnos:  yo me llamaba Pérez, tendríamos que enterrarle otra vez, gritándole: torna a la huesa, ¡oh , Pérez infeliz! Porque nada de esto va contigo” (de Juan de Mairena).
De un modo enjundioso, áspero y valiente, Millas nos va enseñando un civismo reflexivo. Y no se le oculta cuán insoportable puede resultar su palabra en un mundo que pide signos. “Alcanza al intelectual un inexorable destino de aguafiestas que, claro, no puede sino ser odioso a los celebrantes del carnaval” (p.25).
H sonado a extravagancia, seguramente, decirles a los jóvenes en un momento en que el poder de ellos ascendía en el horizonte ciudadano: “¿Cómo os vamos a decir, pues,  que lo tenéis todo y que la sociedad sólo espera vuestro entusiasmo para sobrevivir y componerse? Al contrario, yo os diría que no tenéis nada, salvo vuestra vitalidad informe e intacta” (p.73)
“Que no se engañe , pues, la juventud, creyendo que con el impulso generoso, que yo preferiría llamar atolondrado, está al día con su deber de esta hora” (p.74).
Es decirles, en buenas cuentas, a los jóvenes: lo único que ustedes tienen son sus ganas.  Y esto dicho en la universidad, y en un momento en que ya se canonizaba  a los jóvenes por ser jóvenes.

CÓNCLAVE

Habría de sonar a extravagancia la libertad de espíritu del filósofo cuando en un “patibulario cónclave” (cuarto encuentro de escritores, Concepción, 1962), entre devotos de la revolución cubana, se levanta y dice :
“ … vamos libertándonos de una forma de esclavitud, de una forma de sujeción  y de una forma de envilecimiento, para entregarnos a ciegas a otra forma de esclavitud y a otra forma de envilecimiento” (p.79).
Cuenta  Jorge Millas, recordando este episodio, que a éstas, sus reflexiones, siguió  “un asalto retórico colectivo contra ellas”.  Y puede uno imaginarse la retórica de un “patibulario cónclave”.


[1] Publicado en la revista “POLITICA Y ESPIRITU”, agosto 1987.
[2] En “De la tarea intelectual: lecciones de civismo reflexivo. Libro sustantivo, áspero y valiente.”

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