viernes, 23 de septiembre de 2011

DE LA TOLERANCIA


“La tolerancia ha entrado a formar parte de la conciencia civil de los pueblos de todo el mundo. Sin embargo, su realización en las instituciones que rigen la vida de muchos pueblos es incompleta y está sujeta de continuo a nuevos peligros”. Y luego, “A través de su misma historia, el principio ha quedado aclarado en todo su alcance, de tal manera que sus falsificaciones son difíciles y toda derogación no hace más que hacer aparecer el reconocimiento como un simple acto de hipocresía” (Abbagnano).
Con mucho comedimiento: lo que la Historia de nuestra cultura occidental y cristiana nos aclara es que “tolerancia” ha sido siempre tolerancia. Aguantar, sufrir aquello que por cálculo o impotencia no se puede eliminar.
El organismo del hombre civilizado tolera o sufre al alcohol, al café, al tabaco. La sensibilidad del hombre culto sufre,  tolera aquello en que la masa rústica y tecnificada se solaza.
¿Diremos que toleramos todas las opiniones? ¿Sí?  Pero entonces es tanto como decir: lo que tú piensas nada vale, e incluso me molesta, y si pudiera impediría su manifestación. Pero a la delicada conciencia civil contemporánea no le gusta esa claridad brutal de la expresión. De las ideas mismas, mientras no se expresan, nada podemos decir. Sabido es que bajo de mi sayo al rey mato.  Hablemos, más bien de respeto dice una comunicación a la Sociedad Francesa de Filosofía cuando ésta debatía a la tolerancia.
¿Respetaremos a todas las opiniones? Parece excesivo, porque el sentimiento de respeto surge en nosotros cuando nos percatamos  de que en una acción brilla la ley moral.  Y supongo que estaremos de acuerdo en que no en todas las acciones brilla la ley moral.
No todas las acciones son respetables, y entonces, por lo que implican, hemos de negar respetabilidad a todas las ideas.
En la medida en que se tiene devoción a unos intereses, a unos proyectos, no se pueden juzgar respetables a las ideas que tienden a llevar a la existencia unos intereses o proyectos opuestos. Se los tolera en el sentido enojoso y único del vocablo. Se las tolera, o sea, que tan pronto la fuerza o el cálculo lo permiten se las saca de en medio.
Un ejemplo:
“…cuanto mayor número de males se haya de tolerar en un Estado tanto más distará ese Estado del ideal; y además, supuesto que la tolerancia del mal debe  regularse por la prudencia de los gobernantes, debemos advertir que no debe llevarse esa tolerancia más allá  de los límites necesarios…
Si,  pues, en virtud de circunstancias difíciles, la Iglesia llegare a tolerar algunas de las modernas libertades, no por desearlas en sí, sino porque juzgare ser ello conveniente, cuando las circunstancias se tornaren  más favorables, ella hará uso de su libertad etc., etc.” (León  XIII. Libertas).
Ahora, un hombre que sí tiene el sartén por el mango  cuando escribe: “A decir verdad, los sermones  que predican Otto Bauer, los líderes de la Segunda Internacional, y de la Internacional dos y media, los mencheviques y los ´socialistas revolucionarios´,  expresan  su verdadera naturaleza:  ´la revolución ha ido demasiado lejos.  Lo que ustedes dicen ahora  lo estuvimos diciendo nosotros todo   el tiempo; ¡permítannos decirlo de nuevo!  Pero  nosotros les  respondemos: `permítannos, ustedes, ponerlos ante un pelotón de fusilamiento por haber dicho eso`”.  (Lenin. Discurso ante el XI Congreso del Partido Comunista Ruso en 1922).
Somos  - los hombres de nuestra cultura - , propensos a la  Inquisición.  Y con esa propensión a cuestas, tan detestable es la tolerancia como la intolerancia.
Apuremos nuestra lucidez: tengamos simpatía por la pluralidad de opiniones.  Obviamente, entonces, las doctrinas de la intolerancia tendrán pista libre para acabar con ese espíritu de simpatía  universal e instaurarán la más negra  inquisición.
Algunos espíritus  malévolos dicen  que fue esto lo que exactamente ocurrió cuando el triunfo del Cristianismo en el Imperio Romano.  Que la lenidad de las magistraturas romanas frente a un ideario intolerante terminó entronizándolo.  Apuremos la lucidez: sólo valen nuestros proyectos.  Los de los otros,  nada.
Pero,  un humor irónico recorre a la Historia. Nos engañamos en el cómo se integran nuestros proyectos en el concierto total de los proyectos.
                                                                                                                           Ramón Menanteau Benítez.

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