Hemos aprendido, también, que el hombre es un animal racional; que posee un psiquismo superior; que posee un pensamiento reflexivo.
Tal vez, quizás, todos estos bípedos implumes piensan, pero no todos en el mismo grado.
Y digo esto porque las acciones que ocurren en la vida nos fuerzan a establecer grados de humanidad. La “vis infinita cogitandi” del metafísico no aparece parejamente en todos y cada uno de estos bípedos implumes.
La representación que se hacen de la vida los pocos mutantes más equilibrados no la tiene la muchedumbre, mezcla precaria de cerros de animalidad con milígramos del famoso logos.
Dejo constancia que nada tengo contra los ingredientes de la mezcla, sino en contra de su proporción.
“The activity of the soul, of the distinctively human soul, as we know already, is intense living in action controlled by intelligence …” (G. Mure. Aristotle). Es Mure comentando a Aristóteles.
¿A qué aspira esta muchedumbre carnal y animal? Al tener. La domina el deseo infinito de riquezas que, fatalmente, la lleva a dividirse en bandos.
Las acciones que ocurren en la vida siguen declarando que el logos – el tan traído y llevado logos – no está repartido en partes alícuotas. Si lo estuviera habría efectivamente una ciudad humana concorde.
Porque no existe el hombre tan caro a los humanistas es que no existe el Bien tan caro a los Apóstoles.
Seguiremos con el tema del humanismo.
Ramón Menanteau Benítez