“En un Estado democrático oirás decir que la libertad es lo más hermoso de todo.
En efecto, observó, estas palabras se repiten con frecuencia.
¿Pero acaso – y esto es lo que iba a decir ahora – el ansia de esa libertad y la incuria de todo lo demás no hace cambiar a este régimen político y no lo pone en situación de necesitar de la tiranía? - dije yo
¿Cómo? - preguntó.
- Pienso que, cuando una ciudad gobernada democráticamente y sedienta de libertad tiene al frente a unos malos escanciadores y se emborracha más allá de lo conveniente con ese licor sin mezcla, entonces, castiga a sus gobernantes, si no son totalmente blandos y si no le procuran aquélla en abundancia, tachándolos de malvados y oligárquicos.
- Efectivamente, eso es lo que hacen – dijo.
- Y a quienes se someten a los gobernantes – dije – les injuria como a esclavos voluntarios y hombres de nada; y a los gobernantes que se asemejan a los gobernados y a los gobernados que parecen gobernantes los encomia y honra así en público como en privado. ¿No es, pues, forzoso que en una tal ciudad la libertad se extienda a todo?
- ¿Cómo no?
- Y que se filtre la indisciplina, ¡oh, querido amigo!, en los domicilios privados - dije – y que termine por imbuirse hasta en las bestias.
- ¿Cómo ha de entenderse eso que dices? – preguntó.
- Pues que el padre – dije – se acostumbra a hacerse igual al hijo y a temer a los hijos, y el hijo a hacerse igual al padre y a no respetar ni temer a sus progenitores a fin de ser enteramente libre; y el meteco se iguala al ciudadano y el ciudadano al meteco y el forastero ni más ni menos.
- Sí, eso ocurre – dijo.
- Eso y otras pequeñeces por el estilo – dije - : allí el maestro teme a sus discípulos y les adula; los alumnos menosprecian a sus maestros y del mismo modo a sus tutores y, en general, los jóvenes se equiparan a los mayores y rivalizan con ellos de palabra y de obra, y los ancianos, condescendiendo con los jóvenes, se hinchen de buen humor y de jocosidad imitando a los muchachos, para no parecerles agrios ni despóticos.
- Así es en un todo – dijo.
- Y el colmo, amigo, de ese exceso de libertad en la democracia – dije yo – ocurre en tal ciudad cuando los que han sido comprados con dinero no son menos libres que quienes los han comprado. Y a poco nos olvidamos de decir cuánta igualdad y libertad hay en las mujeres respecto de los hombres y en los hombres respecto de las mujeres.
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- ¿Y conoces – dije – el resultado de todas estas cosas juntas, por causa de las cuales se hace tan delicada el alma de los ciudadanos que, cuando alguien trata de imponerles la más mínima sujeción, se enojan y no la resisten? Y ya sabes, creo yo, que terminan no preocupándose siquiera de las leyes, sean escritas o no, para no tener en modo alguno ningún señor.
- Muy bien que lo sé – contestó.
- He aquí, ¡oh amigo! – dije -, el principio, tan bello y hechicero, de donde, a mi parecer, nace la dictadura”. (Platón. La República. L.VIII)
El que pueda entender : que entienda.
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