El Evangelio no es una
teoría; sin embargo no podemos ignorar las esperanzas y tensiones que ha
suscitado en la Historia. El Evangelio es una fe o una firme adhesión a la
palabra de Jesús. Es una esperanza; es un amor que por las peripecias de su
destino, ha suscitado una Apologética; un Derecho Canónico; una ciencia
ilusoria: la Teología. De modo que la palabra simple y directa de Jesús se ha
inficionado de ganga griega, romana, y gnóstica.
Jesús – citamos al
azar – da un consejo o hace una súplica: amaos unos a otros; que sean uno,
Padre, como tú y yo somos uno.
Y sus seguidores más
próximos: tengan todos un mismo sentir. Sean compasivos, fraternales,
misericordiosos; no devuelvan mal por mal. El Reino de los Cielos es el
advenimiento de los pobres: sólo los pobres se salvarán. Y así, la parábola del
rico Epulón no es la parábola del rico
malo sino que lo es del rico simplemente.
El Evangelio como
religión de amor, ¿ha fracasado?
De la batalla que el
Evangelio ha dado podemos decir que está ganada y perdida.
Ganada, en cuanto ha
sido la representación que unos pocos se han hecho de la vida. En primer lugar
Jesús; luego Francisco de Asís; Pedro Valdo, Alberto Schweitzer, Clotario Blest.
La batalla del
Evangelio está perdida en cuanto que con él se ha pretendido regir a toda la
humanidad. Entonces el Evangelio se convierte en Política, en Derecho Canónico,
y en multitud de iglesias que guerrean entre sí.
El fracaso del
Evangelio como socialcristianismo era inevitable ya que toda la prédica de
Jesús y de sus más próximos seguidores estaba dominada por su pensamiento escatológico.
El Reino de Dios se acerca: “En verdad os digo que no pasará esta generación
hasta que todo esto se cumpla”.
Esperando el
advenimiento final, los cristianos primitivos no se interesan por redactar una
teoría del Estado; ni academias de estudios religiosos. Esperando la vuelta del
Señor no se preocupan de reorganizar el mundo. “Que cada cual permanezca en el
estado en que fue llamado”. (Pablo).
La
postergación del santo advenimiento tuvo como efecto que las instituciones, que
ya habían cristalizado invocando al
Evangelio, lucharan ferozmente entre sí por su prosperidad terrena. Porque
sucede que las instituciones se aferran
a la existencia cuando ya no alienta en ellas el espíritu que las originó, y
terminan como esos bosques petrificados de que nos habla Spengler en el
comienzo de su obra. Así les pasa a las instituciones en su porfía por existir:
se quedan sin alma; son sólo un nombre, y una fachada. Se posterga
indefinidamente el Día de la vuelta. Las iglesias comienzan a disputarse
duramente las realidades terrenas, y el espíritu del Evangelio se solidifica en
la letra. A la caridad sucede el Derecho Canónico; y a la palabra simple y
directa de Jesús, una pseudo ciencia: la Teología.
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